18/05/2024

Gaza y la rebelión universitaria


El sociólogo alemán Ulrich Beck solía describir las protestas de los indignados, en la primera década de este siglo, como la batalla de los sectores medios que van desde las calles a las instituciones para reclamar formas diferentes de hacer la cosas.

Las protestas en las universidades, que se han extendido en el mundo denunciando el desmadre humanitario de la guerra en Gaza, configuran un límite en ese sentido. En el espejo, además, de las rebeliones estudiantiles de los ’60 y ’70 contra el conflicto vietnamita donde EE.UU. era un jugador protagónico.

En aquellos años el repudio creció cuando las bolsas negras con los cadáveres de los soldados norteamericanos comenzaron a entrar a los livings de las casas por la ventana de los televisores.

Hoy, la tecnología multiplica el poder de esas miradas, licuando los discursos justificadores. Estas protestas demandan a sus líderes, Joe Biden principalmente, que denuncien lo que sucede y retiren su apoyo a Israel. Lo que no puede suceder.

No son manifestaciones antisemitas como las intenta disminuir el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu. Un término en general mal utilizado porque tanto los judíos como los árabes, entre ellos los palestinos, son semitas, palabra de la tradición que refiere a Sem, uno de los hijos de Noé.

Ha habido sí excesos en esas protestas, con maltratos públicos indignantes contra los estudiantes judíos. También la confusión de Hamas, un grupo reaccionario y de perfiles fascistas, con la causa nacional palestina. Pero esos descontroles no definen el suceso. Lo que se repudia es a un gobierno, el israelí y la forma en que se lleva adelante esta guerra. Una venganza sobre la población de Gaza, según la lapidaria síntesis del escritor e historiador israelí Yuval Noah Harari quien propone la renuncia inmediata del mandatario.

El reproche principal es el componente político personal que el gobernante inyectó al conflicto con un modelo de tierra arrasada para conformar a sus aliados integristas que proclaman que no hay inocentes en el enclave.

Un oficial detiene a un manifestante mientras limpiaba un campamento pro-palestino después de dispersar el acampe en el campus de la Universidad de California, Los Ángeles. Foto AFPUn oficial detiene a un manifestante mientras limpiaba un campamento pro-palestino después de dispersar el acampe en el campus de la Universidad de California, Los Ángeles. Foto AFP

Una gran diferencia con el ejemplo de Vietnam es que esta pesadilla comenzó con Israel como víctima. No fue el caso de EE.UU. en aquella conflagración.

El ataque terrorista de Hamas del 7 de octubre masacró a 1.200 israelíes en el sur del país y secuestró a dos centenares y medio de personas para jugarlos como fichas de canje. Un crimen sin precedentes desde el Holocausto que disparó la solidaridad mundial con el pueblo judío, no con Netanyahu, responsable final de las fallas de seguridad insólitas que facilitaron ese desastre.

Es aquel testimonio del dolor padecido el que se malversó con la montaña de muertos civiles en Gaza que acorrala a los líderes mundiales. Hasta Donald Trump, un antiguo aliado incondicional de la ultraderecha israelí, acaba de reiterar su reproche a Netanyahu. “En Israel hay otros líderes mejores”, afirmó. ¿Antisemita?

El grave capítulo siguiente, que definirá el poder en el gabinete israelí entre los moderados y los integristas, es el mentado ataque a la ciudad de Rafah donde se hacinan 1,5 millones de palestinos. La ONU y las capitales mundiales exigen que esa acción se aborte porque multiplicaría el desastre humanitario.

Constituiría, además, un fallido estratégico. Los gobernantes árabes, que comparten el desprecio hacia Hamas e Irán y que contribuyeron con la apertura de sus cielos y la acción directa de Jordania para atajar el reciente bombardeo de misiles y drones de Teherán sobre Israel, enfrentan, como los occidentales, dificultades terminales para explicar a sus pueblos el sentido de esa solidaridad con el trasfondo de la masacre en Gaza.

Negociaciones y guerra

Ahora se suma la otra controversia con la Corte Penal Internacional que analiza un eventual pedido de arresto a los principales líderes israelíes y ha usado la palabra genocidio en sus planteos. EE.UU., alineado con Israel, ha dicho que no reconoce la jurisdicción de ese tribunal. Pero sí la ha considerado para sancionar a Rusia por la guerra de agresión en Ucrania. Problemas a explicar.

El conflicto adicional es que casi siete meses de guerra no han logrado los objetivos perseguidos. Hamas ha sufrido un encadenamiento de golpes, perdido comandantes, milicias y cuarteles, pero está lejos de haber sido destruida.

Solo uno de los tres jefes a los que se responsabiliza de la planificación del ataque del 7 de octubre, Marwan Issa, ha sido liquidado. Quedan los otros dos, Mohamed Deif y el principal, Yahya Sinwar, líder del grupo en Gaza, un dirigente autónomo y alucinado que, según se ha podido elaborar, ordenó el asalto en medio de una interna con los otros jefes en el exterior de esa organización.

Hay en estas horas una negociación intrincada con la banda terrorista para un amplio canje de presos palestinos por una treintena de rehenes. En cierta medida aquellos socios ultranacionalistas y ultra religiosos de Netanyahu sospechan que ese paso esconde el eventual final de la guerra.

Nada es muy claro, pero fuentes gubernamentales citadas por la prensa israelí revelaron que se ofreció a Hamas un “aplazamiento de varios meses en la operación de Rafah a cambio de la implementación de la primera etapa del acuerdo”.

“El gobierno no tiene intención de declarar públicamente el fin de la guerra, en parte debido a su evaluación de que tal declaración desmantelaría la coalición gobernante”, sostuvo una de las fuentes a Haaretz. Añadió que “en consecuencia Israel espera que Hamas apueste a que Jerusalén no podrá reanudar los combates después de una pausa de unos meses”.

Ese trasfondo acentúa la interna que hace tiempo experimenta el gobierno. Uno de los ministros moderados, el ex general Gadi Eisenkot, acaba de acusar a sus principales colegas integristas, Itamar Ben-Gvir y Bezalel Smotrich, de chantajear políticamente al Ejecutivo al sugerir que renunciarían si no se acatan sus demandas. Si lo hacen, cae el gobierno.

La policía despeja un campamento pro palestino en el campus de la Universidad de California, Los Ángeles (UCLA) en Los Ángeles, California. Foto AFPLa policía despeja un campamento pro palestino en el campus de la Universidad de California, Los Ángeles (UCLA) en Los Ángeles, California. Foto AFP

El mismo Eisenkot amenazó con irse advirtiendo que solo permanecería en una administración que toma sus decisiones “basándose en consideraciones de los intereses nacionales de Israel, no en intereses políticos». De ese lado crítico está también el ex vicepremier y líder opositor, Benny Gantz, quien se sumó al gabinete de guerra a partir del ataque de Hamas.

Ben-Gvir y Smotrich exigen que se ignoren las presiones internacionales, se anulen las negociaciones con Hamas y se invada Rafah inmediatamente. Es la misma dirigencia que se ha opuesto a garantizar ayuda alimentaria y sanitaria a los gazatíes y promueven la solución de un éxodo masivo de toda la población del enclave a Egipto sosteniendo un “derecho divino” a la toma de esas tierras. El mismo criterio con Cisjordania. “Antisemitas”, les dirían los palestinos.

Smotrich ha advertido que quien apoye un acuerdo con el grupo terrorista, “una terrible derrota y ondear la bandera blanca“, sería “indigno de estar entre los líderes» de Israel. Ese es el chantaje que denuncia Eisenkot quien también carga contra Netanyahu al asegurar que «mienten quienes abogan por la derrota absoluta de Hamas».

Esas disidencias exponen el inestable equilibrio que maneja el premier con los moderados de un lado y los fanáticos del otro, adecuando el discurso para tratar de retenerlos en la coalición.

El pretexto sobre Rafah es que en esa ciudad permanecen cuatro batallones de Hamas, cuestión que, según The Economist, los generales israelíes ponen en duda. “Toda esa charla de desmantelar las brigadas y batallones es basura. Este es un movimiento fundamentalista que no necesita a sus comandantes para luchar hasta la muerte”, le dice a la revista británica el general retirado Noam Tibon.

Este furibundo crítico de Netanyahu, que durante el ataque de Hamas armado apenas con una pistola salvó a su hijo periodista y su familia en el kibutz que habitaban, advierte que «todo lo relacionado con Rafah es una excusa para demostrar que todavía hay una guerra ahí. En muchos aspectos la acción militar en Gaza, a la que llamamos guerra, ha terminado».

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